m. Instrumento de mesa en forma de horca, con dos o más púas que sirve para comer sólidos (Real Academia Española).
Se parecía mucho al tridente del Demonio; instrumentum diaboli, le decían algunos buenos sacerdotes. Tal vez por eso durante mucho tiempo el tenedor se usó únicamente en las cortes europeas. Recién hacia fines del siglo XVII, los italianos empezaron a enrollar los espaguetis con ese instrumento. El argumento era que no todos los comensales tenían las manos limpias. De modo que, desde ese momento, el tenedor fue un elemento de distinción. Así se hizo la civilización occidental, diría el sociólogo Norbert Elías.
Por estos lares, esa costumbre tardó más. Lo prueba un texto redactado en 1847 por el inglés William Mc Cann, que es un estudio de antropología hecho y derecho:
“El tenedor no se usa jamás entre las clases pobres, y, en realidad, creo que no se usa porque exigiría la adopción de otros hábitos domésticos que resultarían fastidiosos: un cuchillo y un tenedor requieren un plato, el plato requiere una mesa. Sentarse en el suelo con un plato resultaría inconveniente y ridículo. Una mesa, pide, a la vez, una silla y así las consecuencias del uso del tenedor, importarían una completa revolución en las costumbres domésticas”.
Chapeau para don Mc Cann.
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