sábado, 24 de octubre de 2020

B de Bidet








Bidé portátil, 1910. Perteneciente a la familia Schiappacasse. Museo del Patrimonio de Aguas Argentinas

fr. bidet; propiamente 'caballito', voz proveniente de los caballos bidet de la Bretaña francesa. 1. m. Aparato sanitario con forma de recipiente, ovalado y bajo, que recibe el agua de un grifo y sobre el que se sienta una persona para su higiene íntima (Real Academia Española).

En sus memorias, el marqués d’Argenson recuerda que la marquesa de Prie lo recibía sentada en su bidet o confident des dames (“confidente de damas”), como le llamaban algunos. Probablemente le llamó la atención porque el artefacto se usaba en la alcoba, al lado de la cama para después de tener relaciones sexuales. Acaso por estas indiscreciones, el bidé era mal visto en sus orígenes. Los ingleses, tan victorianos ellos, decían que era cosa de “esos franceses”. Los alemanes, que era poco higiénico.

En sus viajes de iniciación a París, los burgueses argentinos conocieron los bidés. Tal vez no en lugares demasiado recomendables, pero supieron de ellos. Sin embargo, aquí los artefactos tardaron en difundirse.

Recién en 1885, se introdujo el inodoro en Buenos Aires. Hasta ese momento sólo había “vasos necesarios”, bacinillas y sillicos (bacinas con forma de sillones). Las abluciones íntimas se hacían con palanganas, jofainas, tinas de latón.

A principios del siglo XX, apareció el “baño habitación”, un cuarto separado de los otros. Allí se juntaron el lavabo, el inodoro y la bañera. Y, tímidamente, de a poco, el bidé.

Algunos tenían bidés portátiles, quizá para que no se viera ese artilugio destinado a las abluciones de las partes innobles del cuerpo. Otros los compraban en Gath & Chaves más que nada como un signo de distinción de clase.

Hacia 1920, surgió el “baño habitación”, un cuarto más de la casa. Uno de los artefactos era el bidé, que se compraba en Gath & Chaves más bien como un signo de distinción. Después se generalizó.

Pero ahora está en peligro de extinción. Jean Baudrillard sostiene que en la casa posmoderna, cada vez más, las cosas se repliegan, se empequeñecen. Pues parece que el bidé está condenado a desaparecer: en el nuevo Código de Edificación ya no es obligatorio. 

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